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(a)rte y psicoanálisis

 

(a)rte y psicoanálisis

por Florencia Zerman

 
 

Partamos de la idea de que en psicoanálisis el ser hablante es habitado por una falta. Siempre falta algo y esto no implica un déficit, sino un vacío con el cual tenemos que hacer algo. Resulta que del sujeto intentando arreglárselas con la falta o intentando no saber nada de ella, se desprenden todos los dramas, encrucijadas, conflictos y angustias que atraviesan la experiencia humana.
Diremos que no hay palabras para este vacío, es lo que no se puede nombrar. Así como tampoco puede nombrarse al sujeto, no hay un sólo y único significante que lo nombre de manera acabada. Siempre está entre significantes, identificándose o haciéndose nombrar fallidamente.
Como contraparte a la falta aparece el exceso, lo que los analistas llamamos plus de goce. La falta fundacional implica un intento de recuperación. Es así como en la trama de su vida el sujeto transcurre taponando eso que no hay y se pierde como sujeto deseante. En la búsqueda neurótica de recuperación de goce, lo que se recupera es siempre algo del orden de una pérdida de la que el neurótico padece y de la que no puede disponer como causa de deseo.
La experiencia analítica apunta a que el sujeto pueda vérselas con la falta y con que no hay garantías. Y que en el mejor de los casos pueda inventarse alguna solución. Es decir que cuando hablamos de experiencia analítica hablamos de alguien que consulta porque los intentos de dar respuesta implican sufrimiento. Un penar de más. Y esto, sólo esto, nos autoriza a intervenir. Porque en teoría, en abstracto, universalmente, no hay buenas o malas soluciones, buenas o malas posiciones. Esto es singular y nadie tiene derecho a cuestionarlo si le funciona a ese sujeto, si la cosa más o menos marcha para él.

En este punto podemos empezar a plantear al hecho artístico como uno de los tantos modos de dar respuesta.
En psicoanálisis suele hablarse de arte como un exponente de la sublimación pulsional. Aclaremos en principio que Freud postula a la pulsión como un concepto distinto al de instinto. La pulsión es la tensión corporal que tiende hacia distintos objetos para satisfacerse, pero nunca se satisface completamente. Se origina a partir de la falta de un objeto instintivo, fijo, predeterminado; busca satisfacerse contorneando al objeto que eternamente falta.
El concepto de pulsión con Lacan implica un cuerpo agujereado, un cuerpo marcado por el significante.
Freud propone distintos destinos para la pulsión, entre ellos la sublimación. El término freudiano de sublimación es un destino pulsional distinto a la represión. Es un destino en el cual se adquieren los logros culturales. Es la capacidad de producir algo diferente con la pulsión que no sea la represión y la consiguiente neurosis.
La sublimación significa entonces transformar, conducir y desviar la pulsión. El trabajo artístico tiene que ver con esto. Es un hacer con aquello que insiste y empuja, con lo que no termina de satisfacerse nunca y atraviesa de modo particular a cada sujeto.

Distinto es cuando hablamos de modas o tendencias. Aquí nos encontramos en el escenario de las identificaciones, de lo universal, del para todos. Los objetos de consumo masivo y las imágenes acerca de lo ideal de la estética y el cuerpo obstruyen la manifestación de lo singular y provocan que el sujeto sucumba en el infernal atolladero de los imperativos de ser, tener, parecer tal o cual cosa. ¿Con la promesa de qué? ¿Felicidad? ¿Completud? ¿Perfección?
Promesa de estar representado enteramente, para que el ser quede todo significado. Es decir, para seguir no sabiendo lo que de algún modo sabe: su división.

Pues bien, el psicoanálisis enseña que siempre hay cosas que no encajan.

De vuelta en el terreno de lo artístico pensemos que no todo puede ser dicho en palabras o capturado en una imagen. La angustia señala esto, es vía de acceso a lo real. Algo queda por fuera, como resto, inasible, oscuro, siendo a su vez lo más propio del sujeto.
La obra de arte dice, pero dice a medias. Algo se desliza y algo permanece como incógnita. Remite a la invención. Y es aquí donde puede entrecruzarse con la experiencia analítica misma. En el sentido de una experiencia no obturadora, signada por enigmas y agujeros, que se abre camino al deseo.
El artista, aunque a veces lo parezca, no es un ser absolutamente libre… nadie lo es. Pero con las determinaciones y marcas de su propia historia crea algo singular, nuevo, sin precedentes. Y esto tiene efectos, sin dudas, en aquel que contempla.

“El goce genuino de la obra poética proviene de la liberación de tensiones en el interior de nuestra alma. Acaso contribuya en no menor medida a este resultado que el poeta nos habilite para gozar en lo sucesivo, sin remordimientos ni vergüenza algunos, de nuestras propias fantasías.” (Freud 1908)